8.11.11

A propósito de Modus Vivendi


(Artículo de Wenceslao Rambla, catedrático de Estética y Teorías de las Artes de la UJI, para el catálogo de la exposición de Modus Vivendi, que se inaugura el 10 de noviembre en el Museu de Belles Arts de Castellón).
En un principio, el hombre desnudo comprobó que su primer caparazón, su propia piel, no bastaba para resguardarle de las inclemencias del tiempo. De ahí que buscase proveerse de un segundo caparazón: el vestido; pero como este no bastaba para preservarle, es por lo que pronto considerase la urgencia de encontrar un tercer caparazón: la casa. Y así, primero encontró una cueva; lo que le llevaría a continuación a construir otros abrigos más fiables y adaptados al medio: un palafito, de vivir en un lugar pantanoso; una cabaña, de estar en un frondoso bosque; una construcción de piedra, de hallarse en un descampado... Y en esa tesitura trató de buscar el material y la “forma” más adecuada para ese propósito: el de disponer de un hábitat donde desarrollar su vida lo más seguro posible. Y como esta ha venido a realizarse en diversos ámbitos, de acuerdo con las diferentes actividades que iba a acometer, es por lo que, además de su vivienda, hubo de proyectar espacios específicos para llevarlas a cabo; o sea, para el comercio, el trabajo fabril, el sanitario...etc. Y es así como se puso a ingeniar espacios apropiados para tales actividades, y con ello adecuar sus correspondientes interiores.

Y de esa manera es por lo que, del mismo modo que el hombre fue inventando los utensilios que iba a necesitar para solventar sus necesidades (vasija, lámpara, bisturí, ordenador…y así centenares de objetos), para lo cual tuvo que diseñarlos, a fin de que desde su concepción eidética acabaran en su plasmación material, así también iba a requerir dispositivos, instalaciones…, o sea, “escenarios” donde llevar a cabo todas esas tareas que iban a configurar su vida. En definitiva, el ser humano acabó por, idear, diseñar, proyectar y construir su hábitat.
Y en este punto es donde el diseñador de interiores ha venido a concebir la mejor adaptación de las edificaciones residenciales, lúdicas, hospitalarias, docentes… y sus oportunas estancias para los múltiples fines de la existencia humana. Interiores donde la luz, la diferente espacialidad otorgada a los mismos, la disposición de sus dependencias, etc., hace que dormitorios, salas de estudio, mostradores de recepción hotelera, escaparates comerciales, mobiliario, etc., requieran profesionales que sepan aunar la funcionalidad con la esteticidad. El interiorista debe procurar que se armonicen belleza y utilidad, espacio y habitabilidad, colores y formas, objetos y cuantos elementos disponga en esos interiores a fin de que el hábitat sea más confortable, apetezca estar en él, vivir en él, desarrollar él sus actividades lo más satisfactoriamente posible.

Ciertamente el arte no es diseño, ni el diseño es arte, ni el interior de una edificación es su tectónica, pero requiere de esta. Es decir, que aunque todos estos aspectos sean ciertamente distintivos, son sin embargo mutuamente necesitantes. De la transversalidad y conjugación de dichos factores surgirá un punto para que el encuentro y el desarrollo del individuo sea más vivible, más humano.
De ahí que, iniciativas como la que esta exposición recoge, demuestran y ponen en valor la importancia de esta tarea sustanciada en la profesión de interiorista, de los “hacedores” de espacios que no sólo los crean, sino que con ello, con su buen hacer, enriquecen nuestra percepción del entorno. Del espacio interior primigenio –el útero materno– hasta la casa en sentido amplio, artificialmente materializada por el hombre, con su espacialidad interna, se entrelaza toda una progresión de diseño, de desarrollos prácticos, ornamentales, económicos y sociales que mejoran la existencia mundana de cada una y uno de nosotros.

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