20.7.11

V aniversario de DI: entrevista a Mariscal

Javier Mariscal participó en el treinta aniversario del CDICV con la conferencia Las proporciones estupendas. A través de un espectáculo protagonizado por dos marionetas, en el que también se incluyeron vídeos, música y proyecciones animadas, Mariscal ofreció su particular visión del diseño. Esta entrevista se publicó, más extensa, en febrero de 2008.


Ha participado en el 30 aniversario de la creación del Colegio de Diseñadores de Interior ¿Cómo ha evolucionado el interiorismo en estas tres décadas?
Por una parte, ha evolucionado como la sociedad. Hace treinta años ya existía la profesión de decorador o interiorista. Había buenísimos ejemplos en cafeterías, farmacias, tiendas, despachos. En Valencia hubo un auge, sobre todo a partir de la riada de 1957, que fue como un elemento mágico de cambio radical. Muchos locales se tuvieron que renovar y nació el plástico, el fluorescente, el neón. Cogió muchísima fuerza el estilo funcional, moderno, empezó a imponerse el muebles nórdico y todos los industriales tuvieron que reciclarse. De eso hemos pasado a la democratización actual. Somos una sociedad más grande, mucho más sofisticada, rica. Es difícil que alguien abra un espacio público sin que haya detrás un proyecto y un profesional dirigiéndolo.

¿Cómo influye el diseño en la sociedad?
El diseño es la respuesta a una sociedad cada vez más sofisticada, más rica y que necesita un cierto nivel. Antes era más reducido el campo de trabajo de interiorismo, poca gente encargaba un proyecto a un interiorista, que contaba con un buen equipo de industriales que resolvía muy bien; ahora, el 90% de los locales públicos que se abren demandan la colaboración de un interiorista, pero el trabajo se ha industrializado más, prima el presupuesto, priman unos calendarios locos, se construye con mucha prisa. Hay en la profesión una sensación agridulce, tienes que poner muchísima energía en encontrar buenos industriales que te resuelvan las cosas. Se ha perdido muchísimo el oficio.

¿Por qué ocurre esto?
La sociedad ha evolucionado así. Antiguamente, las casas no se cerraban. Hoy todas tienen alarmas y sistemas de seguridad. Ha mejorado el nivel de vida económico, pero al mismo tiempo se han perdido muchos valores. No soy nostálgico, hay cosas mejores y peores, pero en cualquier proyecto mío lucharé hasta la muerte para no meter una ventana corredera. Abrir una ventana hacia dentro es un gesto cultural fortísimo, donde haces que el exterior entre en el interior, mientras que la ventana corredera es como si abrieras o cerraras la puerta de una celda, un gesto horroroso que además te deja la mitad de la ventana siempre ciega. Las proporciones han cambiado y se parecen más a ventanillas de coche, a la tipología de hueco de ventana de cárcel o cuartel. Se han perdido unas proporciones más humanas, cultas, agradables, y se ha ganado en eficacia, que es lo que prima: más barato y mejor mantenimiento.

¿El problema es sólo del presupuesto o también de algunos diseñadores?
No creo que sea cuestión de diseñadores. Todo el mundo tenemos un ama de casa dentro, preferimos el flan de la abuela al de Danone. Si aceptas un encargo, tienes que entender cuál es el problema del cliente y solucionárselo gestionando los recursos con los que cuentas. Cuando diseñas un espacio privado, tienes que escuchar mucho más al cliente, no le puedes hacer un espacio en el que se pueda sentir aturdido. No acepto el concepto del diseñador como un dictador.

¿Qué debe tener un encargo para que consiga motivarte, qué te lleva a aceptarlo o rechazarlo?
Primero, que en el estudio seamos capaces de realizarlo. Y que haya un mínimo de comunión con el cliente. Es una relación muy parecida a un noviazgo, te llevas bien, se tiene que enamorar de tu estudio, tiene que haber una confianza, un cruce de intereses. Yo pongo la música y tú pones la letra. Una escobilla para limpiar la mierda, en primer lugar tiene que hacer esa función; y si además puedes introducir, con el color, la forma, una cierta ironía, una belleza, algo divertido, ayudas a que el día a día de mucha gente sea un poco mejor, más agradable.

¿Te resulta fácil conciliar el proceso creativo individual con el trabajo en equipo del estudio?
Siempre se trabaja con equipos. Son procesos industriales en los que entran muchos equipos: financieros, técnicos, de marketing. En todo un proceso hay continuamente muchas limitaciones y el primer limitado eres tú. Nacemos un poco miopes, un poco tuertos, mancos y cojos, y necesitamos pies, manos, que son el equipo.

El Estudio Mariscal es multidisciplinar ¿En qué disciplina se siente más cómodo para diseñar?
La sociedad tenemos tendencia a hacer un mueble con muchos cajoncitos y en cada uno ponemos un letrero distinto: arquitectura, pintura, dibujo. De pequeño imaginaba que cambiaba los letreros, mezclaba lo que había dentro los cajones. Siempre me ha gustado mucho remezclar y pensar que estas fronteras no existen. Organizamos así nuestro pensamiento y necesitamos ese orden, porque si no sería un caos absoluto.

Últimamente, habéis recibido numerosos encargos procedentes de Valencia ¿Tiene predilección por trabajar en tu ciudad natal o le da igual? 
Por más que puedas distanciarte de tu familia y tu ciudad, cuando naces y vas desarrollando tu cerebro, tu sensibilidad, el entorno te marca para toda la vida. Quieras o no, para bien y para mal. Con Valencia tengo una relación de amor y odio, más de amor que de odio, como pasa con todas las cosas que quieres. Yo soy muy dado a la crítica y lo que quiero mucho lo critico mucho. Pero hay un gran amor, tanto amor que a veces te da vergüenza. Trabajar en Valencia es muy agradable, porque además tienes todos los códigos, lo entiendes muy bien.

¿Le gusta el desarrollo urbanístico de Valencia?
Ha habido un crecimiento desmesurado, con una falta bestial de previsión  y de sensibilidad, sobre todo hacia la huerta. Es muy doloroso ver que, de repente, en una zona creada hace millones de años, con una tierra de sedimentos muy potente, un clima maravilloso, una biodiversidad acojonante, venga una máquina y en quince días lo desgarre y planten un edificio de demasiadas alturas donde los espacios son mínimos y es todo cemento, no hay parque. Habría que pensar en nuestros nietos y bisnietos. Creo que hay una falta de sensibilidad bestial en la sociedad y en los políticos, una sensibilidad primitiva y muy destructora. Los valores ecológicos, de felicidad, amistad, cariño, no se cuantifican. El valor de un árbol de cien años no se cuantifica, cuando sí se debería. Valencia es el espejo de la sociedad en que vivimos. Pero pasa aquí y en todas partes.

¿Qué te parece la Ciudad de las Artes y las Ciencias?
Con todo mi respeto hacia Calatrava, pienso que una persona de su sensibilidad, proyección e inteligencia, que ha aportado muchos valores de innovación y de creación, ha hecho de sí mismo su peor enemigo. Todo el proyecto del cauce del Turia es lo más parecido a los postres que te daban antiguamente en las cafeterías: al flan le ponían nata, tres bolas de helado, cuatro guindas, sirope, chocolate líquido y encima un adorno, cuando el flan solo ya estaba muy bueno. Me da mucha pena porque está demostrando que tiene unos grandes valores, está luchando por crear un entorno mejor, más bello, trabaja muy bien la luz. Yo antes de hacer la Ciudad de las Artes y las Ciencias hubiera invertido en el metro, en ferrocarriles, en ordenar la periferia, en proteger Alboraya y la huerta, en desarrollar mejor el Puerto de Sagunto, en trabajar el área urbana de Valencia como todo un ente.

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